Nuevo Instituto de Nutrición


Corrían los años cincuenta cuando Ecuador, mediante cooperación internacional, tuvo la fortuna de ver crearse y funcionar su primer Instituto Nacional de la Nutrición. Se efectuaron allí valiosas investigaciones, en particular sobre la composición química de decenas de alimentos ecuatorianos. La tecnología de entonces permitía establecer la proporción de proteínas, grasas e hidratos de carbono, y algunos micronutrientes. Los estudios se dirigían a sentar bases científicas para combatir la desnutrición infantil. Desgraciadamente, por falta de interés de los gobiernos, Ecuador vio desaparecer aquel Instituto. La desnutrición, por supuesto, siguió afectando a más del 60% de niños, sobre todo de las áreas rurales.

Luego, por varios años, en colaboración con Unicef, se mantuvo un mínimo programa de complementación alimentaria: se entregaba a madres embarazadas o en lactancia pequeñas porciones de arroz y leche en polvo, cada mes, y ello solamente cuando tales alimentos habían sido recibidos por donación de la Agencia Internacional. Por fin, en el periodo 1988-1992, el programa alimentario se amplió y racionalizó, contando con fondos propios del Gobierno.

En décadas posteriores, la tecnología permitió analizar con precisión el contenido en aminoácidos y ácidos grasos esenciales de alimentos y micronutrientes, estableciendo su valor nutritivo real. Aunque los valores obtenidos tenían alcance general, era necesario investigar en nuestros propios alimentos e incluso en nuestras comidas. Aún no se ha realizado tal estudio, que continúa siendo indispensable.

Con todo, el país recupera ahora la fortuna de antaño: el Ministerio de Salud Pública ha creado, con cierta autonomía, el Instituto Nacional de Alimentación y Nutrición. El Instituto enfrenta serios retos: averiguar la composición química de los alimentos del país y levantar encuestas sobre determinantes y coadyuvantes de la situación alimentaria, nutricional y de salud, de la población ecuatoriana. No es de extrañar que el Instituto planee desarrollar relevantes actividades: formular la política nacional sobre alimentación y nutrición, dar seguimiento a las relaciones internacionales en la materia, calificar la calidad de los alimentos, difundir conocimientos, promover la educación alimentaria y más.

En educación alimentaria, algo se ha hecho hasta hoy, pero puede hacerse más, con mensajes prácticos y sencillos. Un ejemplo: nuestros aborígenes descubrieron que asociar maíz y chocho daba excelentes resultados nutricionales. Hoy sabemos que el maíz y en general los cereales (arroz, trigo, cebada…) son deficientes en ciertos aminoácidos esenciales, mientras el chocho y más granos leguminosos (fréjol, lenteja, haba...) son deficientes en otros aminoácidos; sin embargo, reuniéndolos se complementan. Por separado, nuestro cuerpo utiliza 40 a 45% de cada uno. Asociados en una misma comida, cubren 80% de nuestras necesidades, alcanzando un valor nutritivo semejante al de la carne.

En suma, para el nuevo Instituto las tareas y retos en educación alimentaria y demás campos son grandes, pero verdaderamente valen la pena.
Plutarco Naranjo | naranjo@lenguaje.com
COLUMNISTA DIARIO EL UNIVERSO

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